lunes, 16 de noviembre de 2009

Otra noche de mierda en esta puta ciudad


Jonathan ha vivido con Ray y Clare, por temporadas durante años. Se presentaba de improviso, de Boston a Ipswich sólo tardaba cuarenta y cinco minutos en el taxi. Ray siempre lo recibía bien, se divertía con sus aventuras. Cuando Jonathan tenía dinero se mostraba generoso, sobre todo con el alcohol. Llegaba con un par de botellas, las ponía sobre la mesa con mucha ceremonia, servía copas para todos. De todo eso me entero por Emily. Muchas veces, con el paso de los años, aparecía sin un céntimo. Cada vez les dejaba más cosas en el sótano, o las metía en cajas y las guardaba en casas de otros amigos. De esa manera podía viajar sin equipaje, sabiendo que a cualquier sitio que fuera tendría una muda, una maquinilla de afeitar, un cepillo de dientes, un libro nuevo cuando terminara el que estaba leyendo. En Ipswich siempre tenía un traje en la tintorería, que utilizaba como armario. Dejaba el que llevaba puesto, se ponía el limpio allí mismo. En la tintorería lo conocían, les dejaba el número de Ray y Clare, y si lo llamaban alguna vez: No sé muy bien dónde está ni cuando volverá, contestaba ella. Pero siempre volvía, al final, a recoger el traje, a lavarse, a quedarse unos días: siempre optimista, siempre avanzando con su novela. En cierta ocasión Ray incluso le preparó una habitación, con una mesa y una máquina de escribir, para que trabajara a gusto. Emily recuerda que fue un año a pasar la Navidad, llamó por la mañana, no tenía otro sitio adonde ir. Con apenas diez años, Emily, la más pequeña, se deba cuenta de que Jonathan intentaba con todas sus fuerzas comportarse como era debido. A medida que las niñas crecían, la idea de dejarlas solas con él parecía cada vez conveniente. Cuando se le acercaban, soltaba un bufido. Si se quedaba mucho tiempo solo en casa iba por las botellas y no dejaba ni gota. Las niñas volvían del colegio y se lo encontraban tirado en el suelo. O algo peor. Un Cuatro de Julio, Clare preparó una tarta con mucho trabajo, algo especial para después de los fuegos artificiales. A media tarde, durante la barbacoa, Emily entró en casa y se encontró a Jonathan sin sentido en el sofá, con la cara y las manos manchadas de chocolate y el sofá lleno de churretes. A su lado estaba la tarta, con un enorme agujero en el medio. ¿Es que este tío no se va a marchar nunca?, se preguntó Emily.

La noche que descubrí que Emily conocía a mi padre, que lo conocía mejor de lo que lo conocería yo nunca, nos fuimos a su habitación. No sé lo que le diría a su novio, ni advertimos a nuestros amigos, pero ella quería enseñarme su colección de discos, los álbumes que se había llevado del sótano de su casa, algunos con el nombre de mi padre en la carátula. Reconocí su letra por las cartas, sus inconfundibles garabatos. En las fiestas habíamos bailado con su álbum de Zorba el Griego, a veces incluso lo había puesto yo, pero nunca me había fijado en el nombre de mi padre escrito en la cara de Zorba, los brazos en alto, la pierna levantada.

Nick Flynn. "Otra noche de mierda en esta puta ciudad" (Anagrama, 2007).