jueves, 4 de marzo de 2010

El Ángel Vengador



La mujer podía tener veinticinco o treinta años distribuidos en un cuerpo que, pese al estado en que se hallaba, se veía esbelto y bien formado, pero nada de eso importaba ya, pues entre ella y el tiempo se abría un vacío de total indiferencia.


De espaldas sobre una reluciente bandeja de acero, no era más que un bulto esperando el sello del expedidor que lo mandara al viaje definitivo, sin retorno ni apeaderos para posibles arrepentimientos. La muerte es la única de nuestras obras que alcanza la perfección, y nos está vedado verla.


Los dos orificios, uno sobre el seno izquierdo y el otro cerca de la garganta, estaban rodeados de aureolas violáceas que evidenciaban el impacto de los proyectiles antes de horadar la carne.


-¿La conoce? -preguntó el detective Kaltwasser, de la Kripo, la Brigada Criminal de Hamburgo.


La larga cabellera negra esparcida sobre la bandeja de metal debía de llegarle hasta los hombros y se notaba bien cuidada, las puntas estaban cortadas de manera prolija y en la quietud de su posición parecía un charco de brillante agua negra. De la boca pequeña, de labios carnosos y entrecerrados como si susurrara, asomaba el brillo de dos dientes blancos. Los ojos tampoco estaban cerrados del todo y la fría luz de la morgue se reproducía en el arco inferior de sus pupilas.


-¿La conoce? -repitió el detective Kaltwasser.


-No. No la conozco -respondí.


-Mírela bien, ella no tiene apuro, así que tómese todo el tiempo que quiera -dijo el detective, y con un movimiento enérgico retiró totalmente la tela verde que la cubría.


Era una mujer bella, de líneas bien definidas, cintura estrecha y largas piernas. La tonalidad color miel que aún conservaba su piel era auténtica, no un efecto de lámparas bronceadoras. Me sentí impúdico observando aquel cuerpo desprovisto de intimidad. Mis ojos huyeron de la vellosidad púbica y se detuvieron en el dedo gordo del pìe derecho. Ahí, los de la morgue habían atado una etiqueta en la que se leían las consonantes "NN" y un número.


"NN". No Name. No nacionalidad. Dos veces nada.


-¿Y bien? -insistió el detective.


-No la conozco. Nunca antes vi a esta mujer.


-¿Está seguro?


-Nunca la vi, al menos que yo recuerde. ¿A cuántas personas vemos todos los días en la calle, en el metro, a la salida del cine? No sé quién es ni cómo se llama.


Luis Sepúlveda. "La Lámpara de Aladino". Tusquets, 2008.