lunes, 22 de marzo de 2010

Los Pájaros de Baden-Baden



En el estudio el joven limpió cuidadosamente una butaca de cuero cuarteado con una toalla, que luego lanzó al hogar de una chimenea repleto de botellas.


-Siéntese, no se manchará –dijo-. ¿Quiere usted beber algo? No tengo nada fresco, pero puedo bajar y subir hielo. ¿Le gustaría tomar un cubalibre? En un instante estoy aquí. No se preocupe…


Elisa hizo un leve gesto indicando que no quería procurarle molestia alguna.


-No se preocupe –insistió el joven y aclaró-: ¿U otra cosa?


-No, un cubalibre está bien –dijo Elisa-. Estas fotografías son formidables.


-Son de hace unos años.


-Pues son formidables. Tienen mucha calidad y…, bueno, yo no entiendo mucho, pero me parecen excelentes.


-Lo son –dijo el joven-, pero están muertas. Las cosas concretas están muertas. Todo tiene que ser más informe, profundamente informe –dijo meditativamente-. ¿No sé si usted me entiende?...


-Claro que le entiendo.


-Me alegra mucho. Bien, en tanto las mira bajo por el hielo. ¡Ah!, si usted quiere refrescarse las manos está allá… -dijo discretamente-. No es muy lujoso, pero tiene decoro. Ahora subo.


El joven abrió la puerta y salió. Elisa le oyó saltar los escalones hasta que la alegremente gimnástica bajada se fue perdiendo. Luego miró en su torno. La ventana del saloncillo con los postigos cerrados vertía una luminosa penumbra a su alrededor. La agria luz del verano entraba por el pasillo hasta casi el sofá, sobre el que había revistas esparcidas. En un rincón, amontonadas, estaban las lámparas de pie de cigüeña, y el rincón parecía que tenía el destartalamiento y algo presuroso de escenario teatral. Junto a la puerta un arca o baúl de marinero servía de asiento a una tinajilla con cardos y mazorcas. Sin duda debía haber habido, hacía algún tiempo, fotografías enmarcadas en las paredes, pero su huella había sido casi borrada por el sol. Antes de que volviera a las fotografías de la carpeta ya estaba el joven de vuelta con un gran trozo de hielo envuelto en un papel de periódico en una mano y en las axilas, los antebrazos y en la otra mano botellas de cola como granadas en los alvéolos de los viejos armones de artillería de las viejas revistas familiares. Estuvo a punto de recriminarle: "¿Cómo ha bajado usted con esa pinta a la calle?", pero se calló y se sintió muy alegre cuando el joven cerró la puerta con el talón y dijo sonriendo jadeante:


-Menos de cuatro minutos y medio… Un verdadero récord…


Ignacio Aldecoa. "La Tierra de Nadie y otros relatos". Biblioteca Básica Salvat, 1970.