miércoles, 4 de agosto de 2010

Impostores de las modas




Se trata de un espécimen literario en auge: los impostores que mueven sus gustos y sus creaciones a golpe de moda. La industria cultural parece moverse en la suicida senda que ha conducido al marasmo a las discográficas. Ponerse en manos de la moda, tirarse de cabeza en busca de copias de aquello que ha funcionado es el mejor modo para irse al garete. Aunque los responsables, los que llevan la manija, continúan insistiendo en el error. Vean si no cómo en los últimos años se acumulan estantes repletos de novelas históricas, algunas hasta con un anaquel creado para la ocasión. Al mismo tiempo, y huyendo de la quema como alma que lleva el diablo, muchos de los adalides de la validez de la novela histórica reculan, se esconden y reaparecen mostrando su fascinación por la novela negra o, sin ganas de meterse en dificultades, en la novela de misterio a secas. O, simplificando aún más, no vaya a ser que lo de la novela negra como moda no vaya a ser verdad, en la "novela de género". Miren que la etiquetita de marras ya se merece todo el desprecio del mundo... Pero la industria y quienes anhelan un lugar bajo el sol en ella, pierden sus traseritos por ubicarse bajo el sol de la moda de moda, valga la redundancia. Por si desean informarse de los diversos estilos de novelas de misterio, serie negra, pulp, etc, les remito a la magnífica exposición que Jesús Palacios ha escrito para la estupenda antología Los Hombres Topo quieren tus ojos (Valdemar, 2009). Así, al menos, se ahorrarán el ridículo de escribir o pronunciar obviedades.


Uno, que pensaba que el noventa por ciento de las noveluchas paridas al fragor del éxito de El Código Da Vinci ni eran novelas ni, mucho menos, dignas de ser tratadas como históricas, se encuentra con cómo muchos de los autores que renegaban de la serie negra, tratan de abrazarla por el atajo más corto posible. Lo bueno, para uno, es que se les detecta a la legua en su impostura. Lo malo, es que autores como Carlos Salem o Raúl Argemí, que tan bien se han manejado en ese terreno, puedan quedar solapados por la banda de impostores/as que se mueven como serpientes en los anhelos à la mode de la industria literaria. Al final, me queda el consuelo de lo que el propio Carlos Salem me recomendó en la pasada Semana Negra de Gijón 2010: "Paciencia y constancia". Aunque, a veces, observar y sufrir lo bien que se manejan muchos de esos impostores de las modas, produzca desazón y vergüenza. Por su cara tan dura, por su falta de talento —para crear, para escribir— y por su gran talento —para manipular a editores y para conseguir vender sus oportunistas subproductos—.