martes, 22 de mayo de 2012

Defensa Personal

"Recién licenciado pensé en la independencia que me proporcionarían tres pagas seguidas, pero olvidé que, lejos de casa, la comida cuesta y el agua y la luz también. Hasta entonces mis trabajos me habían permitido engordar mis colecciones de cómics y discos, tomar algo en cada bar, ir al cine y poco más. Empleos de verano, eventuales, sin asegurar. Nosotros te pagamos los estudios, lo demás corre de tu cuenta, decía mi madre. Y también: bastante hacemos, con lo que gana tu padre.

No era mucho pero estaba entusiasmado con aquella buhardilla. El primer refugio verdaderamente mío. Baldosas sobre las que caminar desnudo. Un fregadero donde los platos se elevaban haciendo gala de un desequilibrio imposible. Una ventana rota. Una cama deshecha. Alquiler asequible, y a base de pedir prestado y visitar a mis padres a la hora de comer, la posibilidad de salir adelante.

No estaba satisfecho pero tenía un sitio donde caer. Un agujero distinto de aquel cuyo descansillo llevaba hasta el trastero, donde las cajas que mi madre llenaba a escondidas se iban acumulando hasta impedir la entrada. allí se esfumaron mis pantalones favoritos (deshilachados por los bajos y gastados por las rodillas), alguno de mis discos, mi yoyó Master cinco estrellas con el que nunca logré hacer el columpio y mucho menos el gusano, mis disfraces de Batman, Superman, Spiderman y Orzowey y también el arco hecho por Pelayo (de madera verde para que fuese flexible) y las flechas que él mismo había afilado con su navaja.

Extraña vida ésta, me dije, creces, tu hermano tiene una hija, se casa, tiene otra hija, estudias una carrera que no te gusta y desperdicias tus fuerzas en bibliotecas, bares y almacenes, tus padres se rinden, tu hermano se rinde y tú tampoco andas demasiado sobrado de fe. Te vas. Regresas. Te vuelves a ir.

Chus Fernández. "Defensa Personal". Ed. Castalia, 2003. Premio Tiflos de Novela 2002.