sábado, 3 de enero de 2015

Los Fono-Zombis



Vetusta Blues. –“Los Fono-zombis”


Poco imaginaba George A. Romero cuando en 1968 redefinió el concepto de “muerto viviente” por el de zombi en su célebre clásico “La Noche de los Muertos Vivientes” que, con la llegada del Nuevo Milenio, aparecerían por las calles de muchas ciudades –y en Oviedo se están multiplicando, se lo aseguro- unos nuevos especímenes de seres humanos: los fono-zombis. Seguro que los han visto deambular por las avenidas de Vetusta, con la cabeza fija en un objeto que sostienen en una de sus manos y del que no desprenden la vista bajo ningún concepto, como hipnotizados por una luz que sale de ahí, un nuevo mundo, paralelo al real. Estos fono-zombis se parecen a sus primos hermanos los zombis, en su torpeza de movimientos, siempre chocando con el resto de personas de ese mundo al que parecen haber dejado de pertenecer, mientras se mueven con cierta dificultad o se detienen a teclear cuando un sonido les devuelve a la pantalla como si su existencia dependiera de cada uno de esos avisos.

Aún bajo estudios de grupos de expertos que aún no han conseguido evaluar muchos de los detalles de su personalidad, sí puedo advertirles -porque lo he experimentado en mis propias carnes- lo peligroso que puede resultar cualquier choque con uno de ellos. La educación no es lo suyo y acostumbran a salir de ese estado de hipnosis con muy malas pulgas. Normalmente, es un exabrupto, una interjección destemplada, un grito –bien distinto, eso sí, del molesto chillido con el que los humanos-planta de “La invasión de los ultracuerpos” avisaban a sus congéneres-, su respuesta cuando se desequilibran, tropezándose mientras tratan de sujetarse al objeto que retienen en sus manos como el mayor tesoro de su vida. No se conocen aún muchas reacciones de violencia, pero los expertos temen que éstas puedan llegar en cualquier momento de su evolución. Ahora basta con reprenderles, un “a ver si espabilas”, “despierta, fono-zombi”, o alguna manifestación de este tipo que sea severa y firme. Levantan la vista de ese objeto maravilloso, aturdidos, y suelen recoger velas, azorados, con un ritmo mucho más despierto que el que llevaban cuando su mirada permanecía enganchada al resplandor proveniente del artilugio que sostenían en sus manos.

Permanezcan alerta, pues, en estos días de compras, de un recuperado ajetreo en las calles de la ciudad y sepan cómo deben comportarse si llegan a chocar con ellos en alguno de sus paseos. O, si pueden y les da tiempo, esquívenlos, no vaya a ser que ocurra una desgracia.


MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 3 de enero de 2015