domingo, 24 de mayo de 2015

El Metro



Vinilo Azul. –“El Metro”


Creo que fue Nick Hornby quien escribió en su obra “31 canciones”, que en la edad adolescente uno es más sensible a las emociones que le puede proporcionar la música. Sea así o no, una gran parte de mis gustos musicales se aposentaron en esa época de dudas y búsqueda. Y el primer sitio en Oviedo donde la música me atrapó, de forma irremediable desde entonces, fue en el Metro. No recuerdo cómo nos aventuramos a descender las escaleras que nos condujeron al que sería para nuestro heterodoxo grupo el gran templo donde escuchar música y tomar algo. En 1983 un quinceañero podía internarse en un pub como el Metro a la hora de apertura, con el local vacío, aún con el olor del ambientador de limón y sentarse en una de sus mesas, bien delimitadas en espacios separados que se llenaban de parejas cuando la noche se cernía fuera, lejos, en la puerta del piso superior y los quinceañeros emprendíamos el camino a casa.

Allí, a eso de las ocho de la tarde, hacíamos guardia los de la D.O.S.I.S. -siglas de la Distribución de Ondas Subversivas Independientes- pomposo nombre, muy de la época de la movida, que, en realidad, sólo hacía referencia a nuestro intercambio de cintas de casete con las que enriquecer nuestros gustos musicales: los Jam y todas las corrientes mods que aportaba Álex García; el reggae y los Clash que grababa Fernando Cosmen; Joy Division y Parálisis Permanente, iconos de Ricardo Muro, quien había diseñado unas chapas muy molonas con las siglas de nuestro grupo de intercambio; además de la heterodoxia de Luis Cabo, fan de los Sindicato Malone y las Hornadas Irritantes (Derribos Arias, Polanski y el Ardor, entre otros), y las novedades y hallazgos que mi hermana Alzira y yo perseguíamos en las pantallas de televisión a través de programas como “La Edad de Oro”, “Pista Libre” o “Caja de Ritmos” o en la radio, donde ya conocíamos las excelencias de la incipiente Radio 3. Al grupo se unirían, meses después, Javier Recio y Ana Espina, ampliando el intercambio de casetes y la paleta musical. Acudíamos al Metro a escuchar la música que Valentín Santamarina pinchaba con gran sensibilidad y mejor gusto. Descubrimos a los Cure de los dos primeros álbumes, a los sensuales Psychedelic Furs, a los elegantes Style Council, a la estilizada electricidad de Television… En un tiempo donde no existía internet, en el que pocos medios de comunicación (Rock Espezial, así, con “z”, era una ecléctica referencia) escribían sobre rock con algo de inteligencia –excepción honrosa eran los artículos de Tomás Cuesta en el “ABC”-, eso que hoy llamarían “sesiones” a cargo de Valen eran lecciones magistrales que consumíamos con profunda admiración. Pronto descubrimos que sus gafas oscuras no eran un capricho: Valen era ciego y pinchaba los vinilos ayudado por el braille para la selección de los títulos y por su pericia para situar la aguja en el lugar correcto.

No duró muchos años el Metro, al mismo tiempo que en Oviedo crecían multitud de locales con una buena selección de discos, pero allí fue donde se desarrolló, con esa mesurada paciencia que requiere la escucha atenta, un gusto musical que marcó las vidas de aquellos chavales envueltos en largas gabardinas y parcas. Unas referencias que no nos han abandonado, ya sea en los Estados Unidos donde Luis da clases en la Universidad de Erie (Pennsylvania), o en la Región de Murcia donde Fernando ejerce de ingeniero agrónomo, o en Ibiza donde mi hermana Alzira es secretaria de juzgado, e incluso de quienes hemos podido conjugar la música con nuestra propia vida como Ana Espina a través de su empresa en Palma de Mallorca donde ha llevado grandísimos conciertos tras haber trabajado en Londres durante muchos años o quien les escribe, que sigue en la pomada, disfrutando de muchas actuaciones y escribiendo sobre ellas, o divulgando a través de la radiotelevisión autonómica toda la música que uno tiene oportunidad de conocer y valorar.

Mucho ha cambiado el mundo desde esos tiempos adolescentes. Un universo donde no hay tiempo para detenerse, en el que la atención dura segundos. Donde todo ha de transcurrir rápido, pero en el que descubrir el placer de pararse a escuchar, a compartir una conversación, se muestra como algo inigualable. Y uno tuvo la suerte de que allí, bajando las escaleras que conducían al Metro, la magia, esa alquimia -hoy desconocida para las generaciones del dedo rápido, la nula conversación y los oídos sordos- se hiciera realidad.


MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" en sus suplemento dominical "El Comercio de Oviedo" el domingo 24 de mayo de 2015