lunes, 28 de septiembre de 2015

Cien días sin piedad

 

Vetusta Blues. –

Cien días sin piedad”


Se da por sentado, en el juego democrático español, que haya cien días de gracia con cada nuevo gobierno, sea cual fuere. Aunque me parece –visto lo sucedido en estos últimos tres meses en Oviedo- que esa cortesía va a ir quedándose sepultada (como tantas otras prácticas) en las catacumbas de la Transición, donde se imponían diálogo y elegancia para alcanzar acuerdos básicos. Usos del pasado muy necesarios, casi fundamentales, que hoy parecen olvidados en virtud de un juego político zafio y peleón.

Tras la sorpresa del acuerdo a tres bandas de la izquierda ovetense para acabar con veinticuatro años de régimen en la ciudad, comenzaron ataques constantes a cada movimiento del tripartito. La artillería se destinó, en un principio, a lanzar la hipérbole del caos: el mantra fue que el tripartito radical traería el caos a los ovetenses y su ciudad. Una vez comprobado que no, que la ciudad proseguía su rumbo, desandando caminos de una privatización a mansalva, descubriendo contratos firmados a toda prisa por el anterior alcalde cuando se encontraba en funciones y haciéndose una idea del estado de las cosas para aplicar soluciones urgentes, la oposición abrió nuevos frentes de constante crítica. En muchos casos tan chocante como acusar al tripartito por situaciones creadas por ellos: véase la carpa multichachiguay de la Ería, que sumó un nuevo escándalo al generar un tremendo problema de seguridad al hacerla coincidir con un partido de Liga de Segunda División. La surrealista concejala popular Belén Fernández Acevedo, en una de sus delirantes comparecencias, acusaba al tripartito de unos males creados (y consentidos)… ¡por ella misma!

Los frentes se multiplicaron. Los miembros del tripartito tuvieron que engrasar su maquinaria para llegar a acuerdos, flexibilizar todas y cada una de las posturas para desenredar una maraña que atrapó a Oviedo durante veinticuatro años. De todas partes surgían nuevos problemas a resolver, emergencias (o no), que muchos se atrevían a relatar cuando en los doscientos ochenta y ocho meses anteriores habían permanecido en silencio, latentes, a la espera de una voz que les escuchase y, sobre todo, de que se plantease una solución. Bien podríamos transformar el título de aquella gran película de Peter Weir protagonizada por Sigourney Weaver y Mel Gibson “El año que vivimos peligrosamente”, por “Los cien días que el tripartito vivió peligrosamente”.

La nueva táctica para erosionar el gobierno del tripartito es más astuta: se trata de buscar (alimentar, incluso) el mayor número de fisuras con las que intentar romper el complejo pacto a tres bandas. Que si el mandato poco fuerte del alcalde, que si relaciones distantes entre los diversos partidos… Lo que sea sirve, dado que ya el pseudoargumento del caos no le vale a nadie. Le preguntaba el otro día a la taxista que me llevaba a la Lata de Zinc si ella percibía el caos en la ciudad. Su contestación debería servirles a quienes afilan sus garras para criticar hasta lo elogiable: “eso del caos sólo se lo puede creer un niño de tres años, a una persona hecha y derecha no la engañan así”. Pues, eso.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 26 de septiembre de 2015