viernes, 16 de octubre de 2015

Orgullo y miserias


Crónicas de Vestuario. –

Orgullo y miserias”


Cuenta Nick Hornby en su esencial novela “Fiebre en las gradas” que hubo un momento en su vida en el cual identificaba sus sensaciones con las que manifestaba en el campo “su” Arsenal, el equipo de sus amores. Algo parecido sucedió en la desapacible y húmeda noche copera ante el Mirandés. Encontrarse a los tres minutos con un gol como el de Abdón, una vaselina desde fuera del área más parecida a la genialidad del burro que tocó la flauta por casualidad que a una intención verdadera propia de un crack, supone enfrentarse a un Alpe D´Huez con apenas unos kilómetros en las piernas.

El once azul trató de rehacerse pero pronto, demasiado pronto, se diluyó en un ritmo cansino, muy apropiado para las intenciones de los de Carlos Terrazas que con una leve presión deshacían cada intento de un equipo desorientado en su eje y que tocaba y tocaba con la brújula completamente desactivada. Edu Bedia volvía a mostrarse errático y lento. De poco sirve la calidad –por muy excelsa que sea- si las ideas no son claras y los movimientos, rápidos. Así de cómodos se las veían los de Miranda: un marco ideal para clasificarse. La grada, en estado de congelación y humedad, con ese inquietante murmullo, al que Hitchcock quizás pudiese sacar partido para una de sus intrigas, mientras en el terreno de juego nada sucedía para satisfacción de unos rojillos que se asimilaban al extraño baile de un balón que circulaba, manso, de un lado a otro lejos de la portería de Raúl Fernández.

El inicio de la segunda apenas cambió un panorama monótono como un paisaje otoñal gris. Sin embargo, la Copa –más aún cuando se desarrolla a un partido, con ese ansiado modelo inglés que esperemos llegue alguna vez a estos lares- siempre depara el componente de la sorpresa, o, ya directamente, de la locura más absoluta. Como si los legendarios Stranglers hubieran hecho sonar su hipnótico “La Folie”, todo comenzó a desencadenarse a partir la salida del nuevo ídolo de la grada azul: Koné. Los aficionados despertaron y el segundo gol de Abdón en su “gran noche” raphaelesca activó como un resorte los ánimos de la hinchada oviedista. Fue una llamada a rebato, a la revolución Koné, a la que se sumaron todos los jugadores de Egea. Poseídos por un arrebato de orgullo, de valor y de garra, los primero diez, luego nueve jugadores azules se lanzaron a una ofensiva sin precedentes. Dio igual que, para entonces, el nefasto arbitraje del pésimo Figueroa Vázquez tratase de cargarse el partido. Aquí había una lucha sin cuartel digna de esas páginas gloriosas que se escriben de cuando en cuando. Marcó Kone en el veintiséis y culminó en las postrimerías Verdés para redimirse de su nerviosismo de las últimas jornadas con otra culminación a una gran estrategia. Las piernas de los rojillos temblaron.

Llegó la prórroga para hacer más grande una historia azul que en la Copa siempre ha sido frustrante y triste. Lo intentaron y Hervías tuvo dos largueros para que el guión fuera hollywoodiense. Pero no, esa maldición copera que persigue al Real Oviedo se encarnó en los asistentes Baena Espejo y Aboy Rivas que hicieron el resto, con su tremenda incompetencia, para que el merecido milagro no llegase. El Mirandés -como un sucio heredero de aquella película de George Roy Hill, “El Castañazo”- remachó su pase con un fuera de juego flagrante, además de la porquería antideportiva de no haber detenido el juego tras un choque en el inicio de la jugada de su golito que dejó maltrecho a un bravo Jon Erice. No llegó el premio a tanto sufrimiento, pero sí el más importante de cara al futuro, esperemos: el de lograr la comunión con la grada, un valor fundamental para la larga singladura que aún aguarda.

MANOLO D. ABAD
Foto: J.L.G.FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el viernes 16 de octubre de 2015