miércoles, 3 de febrero de 2016

El fatuo fulgor naranja


Vetusta Blues. -

El fatuo fulgor naranja”


Cada mañana, cuando cruzo la Calle de la Independencia, a la altura de la Calle Asturias, me convenzo de la total inutilidad de la luz naranja. En teoría, ese color intermitente luce para que los vehículos pasen si no hay ningún peatón cruzando con el color verde. En la práctica, los coches pasan como si tuvieran preferencia sin importarles especialmente que haya viandantes atravesando la calle que está con el semáforo en verde para que ellos pasen. La pírrica victoria de tan arduo esfuerzo es tener un nuevo semáforo en rojo para que esos mismos automóviles que han esprintado a fondo sin importarles ningún peatón vuelvan a ser detenidos veinticinco metros más tarde. ¿Utilidad? Ninguna. ¿Problemas? Todos y todos para los peatones que muchas veces hemos de tratar de que se detengan con todo tipo de gestos, bajo el riesgo de que nadie les haga caso, de ser pillados o de entrar en una trifulca con alguno de los representantes más maleducados del gremio de conductores. Así, día tras día y sin ningún atisbo de solución. Bueno, sí, quizás la jornada que haya un atropellado. O un muerto. Es la manera en que funcionan estos asuntos, por desgracia. El color naranja del semáforo es tan sólo un estímulo para que el conductor acelere, no para que respete al peatón que apura a toda velocidad los últimos segundos de verde.

Claro que peor aún son algunos pasos de peatones, vía libre para ser ignorados por cada uno de los coches de Oviedo. Peligrosos pasos de peatones escondidos o en lugares inaccesibles. Peor aún, pasos de peatones que no se respetan por sistema. Vehículos que pasan sin ver a quienes se arremolinan en las aceras. Coches que no aminoran sino que aceleran aún más tras ver un primer paso de cebra y afrontar un cercano segundo. Lugares donde juegan niños pequeños al lado de vías por donde los automóviles y sus conductores encuentran una nueva razón para acelerar. Gente mayor, con sus bastones, con sus dificultades para moverse, sin atreverse a pasar frente a una caravana de vehículos en la que ninguno tiene la decencia de pararse. El “trenecito”, lo llamo yo. Y no ose protestar, que el lío estará montado.

Hemos sabido en estos últimos días la inutilidad de muchos mecanismos de control para evitar estos comportamientos incívicos y a uno sólo le entra más rabia al ver que, en la mayoría de los casos, sólo se reacciona ante la desgracia. Unos días muy compungidos todos, dándose golpes de pecho y, a las pocas semanas, vuelta a empezar. Si por uno fuera, eliminaría ese hipócrita e inútil color naranja que, por ejemplo, ha dejado de existir en otros países. Sería un pequeño principio.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el miércoles 3 de febrero de 2016