miércoles, 4 de octubre de 2017

El efecto champán


 
Crónicas de Vestuario. -

El efecto champán”


Llegaba el equipo azul tras una de esas derrotas dolorosas, muy dolorosas, ante un rival que -sin duda, me atrevo a firmarlo aquí- estará en las posiciones de cola de la categoría, con la intención de resarcirse, como siempre, ante su fiel público. Más de once mil espectadores a pesar de que la LFP se empeñe en fastidiar este tipo de encuentros al más alto nivel, ante equipos con aficiones muy estables, con una gran historia. Pero, ¡ay! los lunes y por la cadena catalana “Gol TV” no son nada propicios. Que yo recuerde, ninguna de las retransmisiones por este canal han tenido un resultado favorable a los azules. Otro gafe más a superar. Había que reaccionar, mostrar carácter -el que les imprime su entrenador- no esconderse y convencer.



Los primeros treinta minutos fueron para enmarcar. Un once con gran intensidad, empujando con fuerza y una gran disposición táctica para oprimir al rival hasta acorralarlo en su propio terreno. Fruto de esa salida en tromba, bien orquestada, bien dirigida, muy bien trabajada, el once azul se adelantó hasta un brillante dos a cero. Para un equipo con mucha clase, pero más dudas -esa ansiedad que provoca el tener una gran hinchada detrás- ese resultado debería haber sido letal. Dejémonos de idioteces, un equipo competidor (adjetivo mágico que se repite como una mala digestión) hubiera aplastado, hubiera destrozado. Porque la gran competición profesional exige machacar. Estos son los conjuntos ganadores, los que tienen fe inquebrantable, los que desean hacer más daño, los que -regreso al tópico- tienen hambre. Aquello que te dicen que mejor era un 1-0 por aquello de mantener la tensión, una de dos: o son idiotas; o han nacido para perder, como en la maravillosa canción de Johnny Thunders & The Heartbreakers. Y en el deporte, la supuesta épica del perdedor no vale para nada. Bueno, a algún tuercebotas quizás sí le valga.
 
 
 

Mikel González hizo uno de esos remates increíbles en un golazo brutal y la balanza se desniveló. Muchos jugadores desaparecieron. A la defensa oviedista le empezaron a temblar las piernas -sobre todo, a los centrales- ante un delantero con mayúsculas como Borja Iglesias y el partido se fue al garete. El medio campo maño comenzó a carburar, a crear y sólo Forlín fue capaz de tapar las vías de agua de una nave azul que naufragaba.


En la segunda parte se sufrió. Mucho. Juan Carlos salvó varios unos-contra-uno y llegamos a un empate que supo a victoria. Nunca entenderé que se pite a un jugador de tu equipo durante el partido, por mucho que no te guste. Y a mí tampoco me gusta Juan Carlos, la verdad sea dicha. Pero no por eso voy a criticarle cuando no se lo merece. Uno prefiere porteros más sobrios: como decía cierto entrenador, que pare lo posible, todo lo posible, aunque no lo imposible. Pero es el nuestro. Y debería ser apoyado. Ya está.



Un punto más. Esa es la lectura. Ante un gran equipo que mostró una capacidad de recuperación brutal y que dominó la segunda parte de principio a fin. Sumar es siempre importante, sea como sea. Y creo que al Zaragoza lo veremos más arriba, porque tiene materia prima para estar en las posiciones de privilegio. Dicho lo cual: necesitamos un triunfo fuera. Es urgencia, casi emergencia. Por si ocurre un accidente como el de la pasada noche de lunes. Un efecto champán, donde tras los primeros brindis, las burbujas se secaron dejándonos un bebedizo infumable en forma de indeseado empate. Recuperemos el ánimo y pensemos en qué preferimos descorchar. Quizás mejor una botella de un buen vino de reserva, para poder paladearlo durante noventa y pico minutos hasta saborear otros tres ansiados puntos, que es como más se disfruta.

MANOLO D. ABAD
Reportaje fotográfico: JOSÉ LUIS GONZÁLEZ FIERROS