jueves, 12 de octubre de 2017

Ocón de Oro

 

 

Crónicas de Vestuario. -

 

“Ocón de Oro"

Para aquellos que leímos más que patadas a un balón pegamos, Ocón siempre nos recordará a uno de los grandes del periodismo, donde los crucigramas y demás entretenimientos suponen -o suponían- uno de los fuertes. Pedro Ocón de Oro fue uno de esos creadores reconocibles. Por desgracia, y miren que no nos gusta hablar de las labores arbitrales salvo cuando son escandalosas, nos tocó padecer a su tocayo -recién descendido- Daniel Ocón Arráiz, pésimo trencilla que cuajó una de esas actuaciones lamentables a las que no nos gusta referirnos.


 
Porque el Real Oviedo, de nuevo frente a un rival de tronío como el Tenerife, se mostró como un cuadro solvente. Dibujado, en un nuevo alarde táctico de Juan Antonio Anquela, con otro esquema, con Forlín barriéndolo todo y dos mediocentros por delante de él, el once azul se mostró muy seguro atrás y con dos estiletes como Saúl Berjón y un ultramotivado Aarón Ñíguez en los dos extremos. Toché ya no estaba tan sólo y los laterales podían desplegarse con facilidad. Eso hizo Mossa en unos primeros minutos vibrantes que obligaron a ese buen entrenador que es Martí a taparlo y frenar la sangría producida por ese lado. El señor Ocón se comió unas cuantas, la principal un codazo de un Raúl Cámara que no debió terminar el partido -ni la primera parte- y el choque se fue con el uno a cero maravilloso, fruto de una de esas conexiones que nos gustaría ver más entre Ñíguez -espectacular- y Saúl Berjón -pillo-.
 
 
Hay quien dice que el 1-0 es un resultado ideal porque permite mantener la tensión y bla, bla, bla de ignorantes y tuercebotas. Digámoslo ya, si es que no lo hemos repetido lo suficiente: en competición hay que destrozar. Con uno a cero, buscar el segundo; con dos a cero, buscar el tercero; con tres a cero, buscar el cuarto. Todo lo que no sea así, empobrece a un profesional. Es una tremenda estupidez, un dislate, una anomalía. El once de Anquela empezó el segundo acto moviendo la pelota como sabe y creía que podría imponerse. Sobraron los taconcitos y faltó un nuevo gol. Repetimos: uno a cero con equipos destinados a lo más alto como el chicharrero es jugar con fuego. Y nos volvimos a quemar. Otra vez más, ya van demasiadas y empieza a resultar preocupante. Porque los de Anquela fueron muy superiores, pero no lo demostraron en el resultado. Se perdió la oportunidad de afirmarse y consentimos que nos golpearan con muy poco.


 
Parece que este esquema puede dar frutos a la espera de que se recuperen los lesionados. Ante un once capaz, con clase, los oviedistas se mostraron solventes y, sí, intensos. Si alguien no conoce el concepto “intensidad”, basta con acercarse al diccionario y ver su significado. Para eso están los libros. Para eso, también, la cada vez más presente literatura sobre el fútbol. Aunque siempre nos quedemos a expensas de un giro de azar que malogre todo lo escrito y todas nuestras expectativas. Un lance aislado te deja fuera y se pierden dos puntos. Otra vez más. Estamos en la novena jornada, la travesía -como siempre repetimos- es aún muy larga. Pero hace falta sumar con tres y dejarse de cualquier otra consideración. Luis Aragonés lo dijo: “ganar, ganar, y ganar”. Destrozar. Y a esos conformistas del uno-a-cero olvidarlos. Sus consejos son de perdedores. O, peor aún, de empatadores que ganan lances amañados.

MANOLO D. ABAD
Reportaje fotográfico: JOSÉ LUIS GONZÁLEZ FIERROS